Un
titulo que quizás a primera vista pueda parecer
contradictorio, pero que una vez comprendido el significado de las
palabras que lo forman, deja de
aparentarlo y se revela como una nueva forma de entender esa parte misteriosa
del mundo que nos rodea.
Cuando
se alcanza una mínima madurez (la madurez es dada por el conocimiento y la experiencia) dentro de la investigación de este tipo de temas, con
muchísimas lecturas en la espalda y muchas más charlas con diferentes personas
pertenecientes a escuelas esotéricas, mancias, médiums y sensitivos, religiones
o equipos de investigación, uno se enfrenta a un misterio mucho más atractivo
sin duda que en los que se centran los medios de comunicación enfocados en
estos asuntos, ¿hay alguna verdad en algo?. La duda nace, se asienta
y se reproduce en el interior de la mente del estudiante serio y preocupado por
encontrar la verdad en esa maraña de creencias que dicen atribuirse la única y
satisfactoria vía para encontrarla,
Mientras
el espíritu simple y conformista se ciñe al guión de una creencia guiada por una fe embaucadora
el crítico busca ver con sus propios
ojos y tocar con sus propias manos, como Santo Tomas, necesita meter el dedo en
la llaga porque considera que la vida es
demasiado importante como para seguir una columna de humo y prefiere lo real y
palpable al imaginario colectivo.
Ver
para creer implica verdad en los ojos mientras creer para ver más parece un
juego de espejos dentro de nuestra mente. No se trata de “no creer” como
premisa, sino de ser capaces de discernir el verdadero camino entre los
multiprecios en los que han convertido la espiritualidad, la verdad puede que
sea cara de encontrar, pero posiblemente no tenga nada que ver con
cuotas, compras de libros de maestros espirituales o conferencias previo pago
de entrada. Cuesta enfrentarse al hecho
de que no somos ciegos intentando decir que es un elefante, sino que nosotros somos el elefante con
una legión de (in) videntes tratando de
decirnos lo que realmente somos.
La
espiritualidad es un concepto abstracto,
pero medible con las herramientas que nos ofrecen los sentimientos y,
aunque el concepto de sentimiento como sensibilidad pueda ser explicado con las
reacciones químicas en nuestro cerebro, no lo es cuando el dolor o el regocijo
lo sentimos en una parte de nosotros que no podemos ver, tocar ni
explicar. Aun así, siendo algo de
nosotros mismos, que forma parte de nosotros y que posiblemente hayamos sentido
toda nuestra vida, parece ser un desconocido cuando tenemos que acudir a otros
para que nos digan que es, más parece a veces que tenemos una enfermedad y que
necesitamos un diagnóstico, que eso que entre otros vocablos denominamos alma.
Quizás
todo sea producto de la necesidad, o de ese complejo freudiano de sentirnos
gotas de agua especiales en un océano donde todos somos gotas de agua iguales.
La necesidad de diferenciarnos o sentirnos especiales.
¿Pero
realmente somos tan diferentes dentro de un mismo rebaño? Importa poco el equipo cuando siempre
buscamos el ser parte de algo, el tener un guía que nos señale la luna para
poder quedarnos mirando el dedo que señala para no tener que girar el cuello,
curiosa forma de individualismo la que ejercemos cuando se trata de apelar a
palabras de otros para ratificar las nuestras propias, no somos originales,
únicos o irrepetibles, quizás solo somos malas versiones 2.0 de los
pensamientos y de las palabras que ya dijeron otros.
Al
final todo se trata de algo tan simple y natural en nuestra naturaleza como
sentirnos acompañados o parte de un grupo o cuestionarnos un universo que solo puede ser observado desde
nuestra única y solitaria perspectiva.
Tendríamos
que ser más críticos con los temas espirituales por la sencilla razón de que,
quizás, nos vaya el alma en ello.
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