miércoles, 2 de febrero de 2011

Teosofía; Repaso histórico

Carlos Gómez Amigó (I.E.S. Joan Maragall, Barcelona)

Etimológicamente, teosofía significa el conocimiento profundo (sophia) de la divinidad (theos) [2], y no se la debe confundir ni con la Teodicea –el conocimiento que la razón puede obtener de la existencia y naturaleza de Dios ni con la Teología, que funda este conocimiento en la Revelación, aunque en numerosas ocasiones se sustente en ellas. Es un término medio entre la Teología y la Filosofía, entre la razón y la revelación, pues añade a la naturaleza, objeto de la Filosofía, lo sobrenatural, propio de la Teología, rechazando, sin embargo, la revelación en que ésta se apoya.

Los propios teósofos opinan que fue el inventor de la palabra Ammonius Saccas (175-242 d.C.), fundador de la Escuela Neoplatónica, aunque la primera documentación aparece en el siglo XVI, aplicada a filósofos como Paracelso, Agripa o Van Helmont. Sea como sea, encontramos ya sus ideas primigenias en la escuela neopitagórica (siglo I a.C. y siglo I), con Nigidio Figulo y Apolonio de Tiana, y en neoplatónicos como Plotino, Plutarco o Celso. El deseo de conciliar la Biblia con la filosofía griega, de la que según Filón de Alejandría deriva, suponiendo en el texto sagrado un sentido esotérico y arcano, originará el gnosticismo en el primer siglo del Cristianismo y otras heterodoxias medievales [3].

En el Renacimiento, como ya se ha indicado, aparecen los primeros a los que puede llamarse propiamente teósofos: Cornelio Agripa de Nettesheim, Teofrasto Bombast de Hoenheim (Paracelso), Juan de Van Helmont y Santiago Böhme. En el siglo XVIII deberían añadirse los nombres de Roberto Fludd, Swedemborg y Luis Claudio de San Martín, entre otros iluminados.

En el siglo XIX acontece un cambio, que dota a la palabra teosofía de un significado novedoso: en 1875 se funda en la ciudad de Nueva York por madame Helena Petrovna Blavatsky, el coronel H.S. Olcott, William Q. Judge y otros la Theosophical Society, que tendrá como meta hacer una síntesis de la religión, la filosofía, la ciencia y la sicología. Como dijo Blavatsky: «Nuestro propósito más importante es resucitar la obra de Ammonius Saccas» [4], ya que la labor de su escuela fue la de «reconciliar a todas las religiones, sectas y naciones bajo un sistema común de ética, fundado en verdades eternas». La finalidad de Saccas era la de «persuadir a gentiles y cristianos, judíos e idólatras, de que abandonaran sus disputas y luchas, teniendo en cuenta que todos poseían la misma verdad bajo varias formas» [5].

Y esa será la finalidad última de la Sociedad y su fundadora: reconstruir y enseñar el conocimiento primigenio que el hombre recibió en los orígenes, oculto y diversificado en las distintas creencias, mitos y religiones, y que en nada difiere de lo que la ciencia puede ir descubriendo. Conocimiento que es síntesis y que no se opone en absoluto a ninguna creencia personal.

Esta labor la llevó a cabo en gran parte la propia Blavatsky (1831-1891), a través de numerosos artículos publicados en la revista de la Sociedad, The Theosophist y otras ajenas, y de libros como Isis sin velo (Nueva York, 1877); La doctrina secreta (Londres y Nueva York, 1888); La clave de la Teosofía (Londres, 1889); La voz del silencio (Londres y Nueva York, 1889); Glosario teosófico, obra póstuma (Londres y Nueva York, 1892). Toda su obra se halla recogida en Obras completas (Londres, Madrás y Wheaton (Illinois,USA), 1933-1985), en catorce volúmenes.

De la lectura de esta inmensa y erudita obra, se obtiene realmente una visión sintética, a través del sincretismo de miles de mitos, teorías y creencias religiosas, realidades científicas, magia, ocultismo, etc. Y de la propia teosofía anterior, de la que se sienten sucesores. La doctrina secreta, su obra más emblemática, alcanzó un gran éxito de lectores entre las capas cultas y artísticas de su época desde el momento mismo de la publicación de las obras citadas, con una segunda edición ya en el mismo 1888 y una tercera en 1893, fue reimpresa en los años 1902, 1905, 1908, 1911, 1913, 1918, 1921 y 1928. Y fue traducida a casi todos los idiomas occidentales [6].

Sincretismo que la propia Blavatsky tenía como meta en sus obras, como he dicho ya. Ella misma se encarga de contestar al (…) muy erróneo concepto que consiste en creer que en la obra que he titulado La doctrina secreta me haya propuesto coincidir con la ciencia moderna o explicar puntos ocultos. Me ocupaba – y aún sigo ocupándome- en los hechos más que en las hipótesis científicas. Mi principal y único objeto fue el de hacer resaltar el hecho de que los principios básicos y fundamentales de toda religión o filosofía exotérica, antigua o moderna, no eran, desde el primero hasta el último, sino ecos de la Religión de la Sabiduría primitiva [7].

Añadiendo en otra ocasión que de la misma forma que la primitiva religión cristiana se dividió con el tiempo en numerosas sectas, así la Ciencia del ocultismo dio nacimiento a variedad de doctrinas y diversas fraternidades. De ese modo, los ofitas egipcios se convirtieron en gnósticos cristianos, de quienes derivaron los basilideanos del segundo siglo; y los primitivos rosacruces (la «Fraternidad de la Rosa Cruz» se fundó a mediados del siglo XIII) engendraron a su vez a los paracelsianos, filósofos del fuego, alquimistas europeos y otras ramas de su secta [8].

Ya Juan Valera define en su momento de forma magnífica lo que se está intentando definir aquí, poniendo de relieve la importancia que la época -y quizá el propio Valera- le confería [9]. Después de ofrecernos la definición del Diccionario de la Real Academia [10], Valera aduce que es insuficiente e inexacta, «sobre todo en nuestros días, en que la Teosofía vuelve a estar de moda», pues «todo misticismo que no se funda en una religión positiva, sería Teosofía según el Diccionario de la Academia, y verdaderamente no es así», ya que «(...) el místico, sin religión positiva, tiene de común con el teósofo el creer que su ciencia, no sólo tiene a Dios por objeto, como la Teología o la Teodicea, sino que viene de Dios y es revelada natural y misteriosamente por Dios en el fondo o centro del alma del hombre; pero el teósofo difiere de este místico en que combina el misticismo entusiasta y la introspección de su alma y la Metafísica, y el íntimo conocimiento de las cosas divinas, con el estudio de la naturaleza, con el saber de sus leyes» (Juan Valera, Diccionario enciclopédico hispanoamericano, en Cyrus C. Decoster, Obras desconocidas de Valera, ed. Castalia, Madrid, 1965, p. 548) Después de hablar muy brevemente sobre la teosofía antigua, que sólo presenta como elemento común «el entusiasmo intuitivo», y dado que «en cada uno de los autores citados hay muy distintas ideas y sistemas muy varios, (...) no es posible exponer en conjunto la doctrina teosófica común a todos, y es menester estudiar separadamente a cada pensador y a cada sistema», Valera pasa rápidamente a hablar de la nueva teosofía: «En los tiempos novísimos ha venido a Europa, desde la India oriental, una flamante Teosofía que se ha extendido por todas partes, así en nuestro continente como en América, y que requiere y merece que se explique aquí. (…) Podemos considerar como fundadora, o más bien como importadora en Europa de esta misteriosa doctrina, a una dama, llamada Elena Petrovna Hahn, conocida y famosa bajo el nombre de Blavatsky, que era el apellido de un general ruso con quien se casó en 1848» (Juan Valera, Op. cit., p. 549).

Tras unos breves rasgos biográficos [11], Varela nos informa de lo que puede convertir a la teosofía, como al misticismo, en una vaga fantasmagoría, y que, sin embargo, es consustancial a ella: «Importa además hacerse cargo de que lo más profundo y mejor de esta ciencia es incomunicable, y que sólo se adquiere penetrando, el que puede y vale para ello, en el centro de su propia alma, y allí, en lo más íntimo y secreto, hallándolo todo» (op. cit., p.550). Es decir, una suerte de iniciación.

Al lado de Varela, que habla «con imparcialidad, sin reprobación y sin aprobación, ni positiva ni irónica» (op. cit., p. 551), tenemos también opiniones enfrentadas a lo que representa esta nueva teosofía, que ayudan a completar el conjunto. Así, René Guénon, en su estudio El Teosofismo, historia de una pseudoreligión [12], empieza ya desde el título por negarle cualquier relación con la auténtica teosofía, la antigua, para crear el neologismo teosofismo que la diferencia, «porque, para nosotros, esos dos sustantivos designan dos cosas bien diversas» [13]. En efecto, también para Guénon , una cosa es la Teosofía como «denominación común de doctrinas bien diversas entre sí», al que «será oportuno conservarle el significado que históricamente tiene», y otra el teosofismo de la Sociedad Teosófica, aunque su fundadora, Mme. Blavatsky, tiene un conocimiento más o menos completo de los escritos de algunos teósofos, especialmente de Jacobo Boëhme, bebiendo ideas que incorporó a sus propias obras, junto con una multitud de otros elementos procedentes de fuentes sumamente diversas (René Guénon, El Teosofismo, historia de una pseudoreligión, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1954, p.8).

De ahí que «ese llamado "sistema religioso particular" que constituye la doctrina oficial del teosofismo, y que es presentado, simplemente, como "la misma esencia de todas las religiones y de la verdad absoluta", lleva la marca bien visible de las múltiples y discordantes fuentes de las que ha sido tomado. (…) No es otra cosa que una mezcla confusa de neoplatonismo, gnosticismo, cábala judía, hermetismo y ocultismo, agrupado todo –bien que mal- alrededor de dos o tres ideas que, quiérase o no, son de origen moderno y puramente occidental» (René Guénon, op. cit., p. 8).

Por ese camino, el autor clasifica el teosofismo como «neoespiritualismo», unido en su modernidad con otras teorías, con las que mantiene caracteres comunes.

Sin embargo, no dejan de ser distintas: Ocultismo de diversas escuelas, teosofismo, espiritismo, todo esto se parece, sin duda, bajo ciertos aspectos y hasta cierto punto, pero difiere también bajo otros y debe ser cuidadosamente distinguido también cuando se trata de determinar las relaciones (René Guénon, op.cit., p. 127) para concluir que es ello un efecto de esta religiosidad inquieta y desviada, que constituye uno de los rasgos más apasionantes del carácter de nuestros contemporáneos, y sobre todo en Norteamérica es donde se pueden ver sus manifestaciones más variadas y extraordinarias, pero también Europa dista mucho de hallarse indemne. Esta misma tendencia fue la que contribuyó en gran parte al éxito de algunas doctrinas filosóficas tales como el bergsonismo (…); procede de un modo parecido al pragmatismo de William James, con su teoría de la "experiencia religiosa" y su recurso al "subconsciente" como medio de comunicación del ser humano con el Ser Divino.(…) Estará bien recordar aquí, a este propósito, el empeño con que teorías como éstas han sido adoptadas y aprovechadas por la mayoría de los modernistas. (…) Además, la mentalidad modernista y la protestante no difieren entre sí sino en matices, siendo idénticas en su fondo, y el "neoespiritualismo", en general, está muy cerca del protestantismo (René Guénon, op. cit., p. 134).

Lo mismo ocurre con el teosofismo, sobre todo con el de la 2ª etapa de la Sociedad Teosófica, cuando, ya muerta Blavatsky, asume la dirección Annie Besant.

Retengamos en especial esta última cita por lo obvio de su importancia más general, y concluyamos, estemos o no de acuerdo, con la idea más propia de la época y de sus seguidores, en frases de Valera:

«La Teosofía no es una religión: es la ciencia fundamental de las religiones», que «no propaga nueva religión ni repugna de las que hay, sino que las acepta todas» (Juan Valera, op. cit., p.551). Es decir, la síntesis de la que antes se hablaba y que da el subtítulo a la obra más emblemática de Blavatsky, La doctrina secreta. Síntesis de la ciencia, la religión y la filosofía.

Así pues, como ya se ha dicho repetidas veces, la teosofía de Blavatsky pretende ser síntesis de ocultismo, magia y ciencias ocultas, pero reúne también otras muchas corrientes de pensamiento, por lo que resulta diferente a todas sus fuentes, al mismo tiempo que las refleja en su complejidad.

Por lo tanto, sigo insistiendo en que no debe confundirse con ninguna. Es teorética e interior, esotérica, nunca práctica exotérica, con lo que la diferencia aumenta considerablemente, cosa que a veces no se tiene lo suficientemente en cuenta. Ya la propia Blavatsky ponía el acento en este aspecto desde sus primeros escritos. Aun tomando como casi sinónimo de teosofía la palabra ocultismo, para ella, «tanto la palabra magia, como la de hechicería y ocultismo, se usan en Occidente en sentido despectivo, y por lo general para designar las escorias residuales de los tiempos del obscurantismo» [14], y aunque «la palabra ocultismo induce seguramente a error» es aceptable y difiere de la magia y demás ciencias ocultas. Pues a lo que aspira el teósofo es al «conocimiento del alma» o verdadera sabiduría, conocimiento secreto y de ahí ocultismo: pero sólo ahí se admite el sinónimo.

Las demás modalidades de ocultismo son ramificaciones de las ciencias ocultas. (…) El verdadero Ocultismo o Teosofía es la incondicional y absoluta renunciación de la personalidad en palabra y obra, para alcanzar ese conocimiento (Gnosis) o unión con el Yo superior (El Ser), el Maestro, el Cristo de los gnósticos

(H.P.Blavatsky, El ocultismo en oposición a las artes ocultas, Ed. Humanitas, 1992, pg. 53)

El camino del conocimiento de esta ciencia es un camino iniciático y ascético hacia el yo (Ser), meta final del teósofo: En cada uno de los grados, la clave está en el mismo aspirante. No es el «temor de Dios» el principio de la Sabiduría, sino que el conocimiento del yo (Ser) es la Sabiduría misma. Al estudiante (…) se le representa, grande y verdadera, la respuesta del oráculo de Delfos a todos cuantos anhelaban oculta sabiduría, y que el sabio Sócrates repitió corroborándola varias veces: HOMBRE, CONÓCETE A TI MISMO.

(H.P.Blavastky, Ocultismo práctico, Ed. Humanitas, 1992, p. 21)


2. Sabiduría parecida a la de Dios. Vid., H.P.Blavatsky, Glosario Teosófico, Barcelona, 1920, p. 387.

3. Muchos incluyen en esta línea a los cataros, los templarios y los rosacruces, y a filósofos como Eckard

4. Helena Petrovna Blavatsky, «What are the theosophista», The Theosophist, octubre de 1879, p. 5.

5. H.P.Blavastky, The key to theosophy, Los Ángeles, 1930, pp. 3-5.

6. En España aparece la primera traducción, realizada por Francisco Montoliu y de Togores, primer presidente de la Rama de la Sociedad Teosófica en Madrid, a partir de la segunda edición inglesa, en 1895 (I v.) y 1898 (2 v.), en Establecimiento Tipográfico de Julián Palacios, Madrid. Mientras en Madrid se realizaba una nueva traducción de la obra completa sobre la tercera edición inglesa, realizada por miembros de la Sociedad, muerto Montoliu en 1892, los señores Melián, Dorestes, Díaz Pérez, Xifré, Treviño, hermanos Molano y González Blanco, que se publicará en dos volúmenes en 1895 y 1898. En 1911 aparecerá un tercer volumen en Biblioteca Orientalista, ed. Teosófica, R. Maynadé, Barcelona, traducido por Federico Climent Terrer, Para una información más exacta, ver Mario Roso de Luna, Simbología arcaica, ed. Pueyo, Madrid, 1921.

7. H.P.Blavatsky, «Nociones erróneas acerca de La doctrina secreta , Sophia», octubre de 1908

8. H.P.Blavatsky, «Ocultismo o magia», El Loto Blanco, mayo de 1924

9. Juan Valera, Diccionario enciclopédico hispanoamericano, en Cyrus C.Decoster, Obras desconocidas de Valera, ed. Castalia, Madrid,1965, pp. 548-558. Ideas semejantes aparecen en «La metafísica y la poesía», Obras completas, v. II, Ed. Aguilar, Madrid, pp. 1676-1677.

10. «Doctrina de varias sectas que, despreciando la razón y la fe, presumían estar iluminadas por la divinidad e íntimamente unidas a ella.»

11. Para una biografía de Blavatsky, aunque un tanto hagiográfica, ver Mario Roso de Luna, H.P.B, una mártir del s.XIX., Ed. Pueyo, Madrid, 1924.

12. René Guénon, El Teosofismo, historia de una pseudoreligión, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1954.

13. René Guénon, op. cit., pg. 7.

14. H.P.Blavatsky, El ocultismo en oposición a las artes ocultas, Ed. Humanitas, 1992, pg. 31

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